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Pérdida del control en el psicótico

  • Foto del escritor: Beatriz Gómez Villanueva
    Beatriz Gómez Villanueva
  • 27 may
  • 3 Min. de lectura

El paciente supone que ya no hay control sobre de sí mismo.
El paciente supone que ya no hay control sobre de sí mismo.

Una de las percepciones que más aniquilan el sentido de realidad del paciente consiste en suponer que ya no hay control sobre el sí mismo. Esto genera una enorme inseguridad sobre la conducción que ha de tener en los diferentes ámbitos de vida. Se pierde el libre albedrío, la capacidad de encarar cualquier proceso que lo conecte con lo mundano. El psicótico es una esponja emocional que se desenvuelve en detrimento de la razón. La lógica normal es incomprensible para el enfermo, al tiempo que elabora, muchas veces, una narrativa desordenada para quienes reciben sus mensajes delirantes, pero para el psicótico el discurso tiene coherencia y la observa como su realidad. Desde luego hay momentos de eutimia en el que el enfermo es parcialmente funcional, pero el acecho de las voces lo llena todo.

 

La pérdida del control es uno de los factores que más incapacitan al paciente, pues sus acciones son erráticas, incongruentes y absurdas, debido a que su sentir y sus creencias arraigadas se circunscriben a lo que le exigen las voces o las fantasías psicóticas. Esta pérdida lesiona severamente la noción del ser. Y eso se acompaña de un duelo sufrido hondamente por el enfermo. Aunque no tenga claridad respecto a lo que le acontece, pervive cierta lucidez en la que se sabe aterrado, desconfiado, con su interior deshecho y con un dolor atroz. Lejos de ciertas perspectivas que alberga el pensamiento de las personas funcionales mentalmente, el enfermo nunca “es feliz en su mundo”.

 

Algunas corrientes de cultura alternativa asumen la locura como un hecho libertario o contracultural, visión que alimenta la aspiración de aquéllos que hacen un “viaje de hongos”, con la idea de conectarse a una experiencia mística. Acceder a esa posibilidad puede ir desde la inocua conciencia alterada, hasta abonar a la psicosis en seres particularmente vulnerables. Lo peor es que la consecuencia más drástica puede significar una muerte real. Ciertamente, es respetable esa clase de creencias, pero la psicosis auténtica no coquetea con la “verdad” universal. Es un infierno, no un paraíso.

 

También se dice de manera condescendiente e indulgente, que hay muchos locos en el mundo que gobiernan países, así como políticos aguerridos fuera de sus cabales. Estas afirmaciones no son del todo certeras para quien ha vivido una crisis psicótica. Esos personajes pueden ser narcisistas o sociópatas. La gran diferencia estriba en que el enfermo de psicosis vive más que miedo, terror. Las otras entidades corresponden a otro perfil psiquiátrico y son amorales sin ninguna clase real de empatía. La caracterización de un psicótico respecto al sociópata ha motivado la deformada manera de observar de quienes creen que ambos perfiles pueden ser asesinos o delincuentes. Cómo olvidar la conocida cinta Psicosis, del gran Alfred Hitchcock, en la que el protagonista es un asesino pretendidamente “enloquecido”. Los mitos sobre la psicosis son sobrecogedores y absolutamente falsos. Sin embargo, no es raro escuchar por un “especialista en criminología” que “los asesinos seriales son feroces psicóticos”. Esta aseveración es ignorante e injusta. Sin embargo, la cultura popular y de masas ha anatemizado al “loco”, lo que arraiga el rechazo y el miedo hacia él.

 

  

 

Fragmento del libro: Entender la psicosis, en prensa, de Julián Mayer y Beatriz Gómez.

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