A propósito del día mundial contra la depresión
- Beatriz Gómez Villanueva
- 21 ene
- 2 Min. de lectura

En ocasión del día mundial de la depresión, el pasado 13 de enero, cabe reflexionar sobre un fenómeno que se está generalizando entre la población de todo segmento de edad y género. La falta de motivaciones, la anhedonia y la desesperanza son algunos elementos que caracterizan el cuadro depresivo y su gravedad es más inquietante cuando la vida de los seres está comprometida. Si bien el abordaje integral de la depresión es multidisciplinario, en efecto la psiquiatría tiene un desempeño protagónico en las depresiones mayores, y más con síntomas psicóticos. En el escenario del trastorno bipolar, por ejemplo, las prolongadas fases depresivas dan lugar a frecuentes ideaciones suicidas o a la culminación de esas ideas. Se ha documentado recientemente que los jóvenes que cometen suicidio superan a las muertes por accidentes, al menos en la población mexicana. El fenómeno es extremadamente grave y para salir de él, es importante saber que cualquier insinuación suicida requiere atención prioritaria. No se trata de seres que pretenden "llamar la atención". Es, en esencia, un grito de ayuda cuando las emociones son desbordadas y se piensa que no hay otra alternativa para aminorar la angustia y el dolor. Un suicida no es un cobarde o un valiente. Es un enfermo que ha llegado al límite de la desesperación. Observar esto como seres allegados al paciente ha de abrir los ojos para suscitar una atención inmediata. De verdad, tu familiar que se ubica en el límite de la depresión no se va a recuperar con voluntad. Aquí se precisa la intervención médica directa, la farmacológica y, casi de inmediato, la psicoterapéutica. No dejemos que la cultura de la muerte nos aniquile en nuestras necesidades de dar sentido y misión a nuestras vidas. La recuperación del fenómeno depresivo es factible cuando se asume que la empatía y la acción expedita pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
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