El dolor y su caracterización
- Beatriz Gómez Villanueva
- 7 jun 2024
- 5 Min. de lectura

El dolor físico y el mental han formado parte de la condición que ha acompañado a nuestra humanidad desde su inicio. Si bien su carácter ha evolucionado a lo largo del tiempo, también hay una transformación muy relevante en los medios y fórmulas médicas para acometerlo. El dolor es una sensación subjetiva cuyo nivel depende del alto o bajo umbral doloroso de cada ser, de las características agudas o crónicas de esta percepción. Ningún ser sintiente es ajeno al dolor, pues en el caso humano, desde que se nace, el dolor acompaña al alumbramiento. En la vida podemos evitar diversas situaciones, no obstante, las dolencias de cualquier índole se desarrollan frente a un daño epidérmico, articular, óseo, muscular, así como de algún tipo de malestar orgánico. Si bien el dolor no respeta edades, género, situación económica, cultural o social, es evidente que la medicación tiene que ver con el acceso a analgésicos. Pensemos en las zonas marginadas que curan el dolor con infusiones, alcohol o masajes. Estas posibilidades son viables y sin duda efectivas, pero no necesariamente son las más eficientes ante dolores importantes.
Por otro lado, están los dolores de los órganos internos, los más difíciles de paliar, pero los que más dañan el estado general del enfermo. Los problemas gástricos, renales, pulmonares, hepáticos, nerviosos, etc. avivan el malestar y la calidad de vida de las personas. De esta suerte, el rubro empresarial farmacéutico es el aliado del tratamiento, pero el más voraz de los negocios. Son miles de millones de dólares los que mueve esta industria al fabricar los medicamentos que sin duda mejorarán la vida del enfermo, pero que perpetúan su malestar. Sin caer en una descripción que anatemice a los fármacos, lo cierto es que en numerosos cuadros mórbidos, como los oncológicos, los diabéticos o psiquiátricos, sus productos controlan, pero no curan. La ingestión periódica, pero permanente del fármaco ata al consumidor, a veces de por vida. ¿Se puede creer que ante los inmensos avances científicos no haya sanación ante los problemas médicos hasta hoy incurables? Al respecto, solo caben las especulaciones.
En los padecimientos mentales que trata la psicofarmacología es interesante abordar qué efectos terapéuticos son los que impulsan el control. A diferencia de los medicamentos que ayudan a disminuir o eliminar el dolor físico u orgánico, los fármacos psiquiátricos actúan sobre el dolor mental, no de modo analgésico, sino para tratar el dolor subjetivo tan frecuente en los cuadros psicóticos. Si nos colocamos en circunstancia, observaremos que los dolores psiquiátricos, en los que la angustia se convierte en una experiencia terriblemente dolorosa, la acción se ejerce para propiciar el decremento sintomático. Así, el terror alucinatorio, los delirios, la depresión, las pulsiones tanáticas, las fantasías y la ansiedad son tratados por los fármacos que impactan directamente en la segregación de ciertos neurotransmisores. La actividad sobre la dopamina sería, por ejemplo, vital para amortiguar su acción en la esquizofrenia. Sin embargo, si bien el paciente refiere una mejoría notable, con menos o nulos efectos extra piramidales, la curación no llega con la pastilla, sino con el necesario trabajo psicoterapéutico que todo enfermo merece. De hecho, la labor sanadora facilitada por el especialista en salud mental, también habría de recibirla otra clase de pacientes, los oncológicos, por ejemplo.
La naturaleza del fármaco es calmar, paliar, aminorar y lograr que la persona se reencuentre con su bienestar. Esto es más complicado con quienes viven psicosis, pues el dolor existencial por una vida destruida, vacía, sin motivaciones ni misión, lejos de una vida funcional, e incluso, la destrucción de aspiraciones y vínculos con seres significativos, se asume como algo que siempre estará presente. Muchas oportunidades se pierden, se procrastinan, se propician además auto sabotajes por miedo a no funcionar adecuadamente en el ámbito familiar y social. En este sentido, el impacto del psicofármaco es fundamental, incluso para salvar una vida de un potencial suicidio, pero la orfandad sentida por aquellos que pierden incluso, su propia identidad, es un factor de intenso y poderoso dolor.
El dolor se ha constituido en uno de los mayores temas que han ocupado las intenciones humanas para desplazarlo y sus mecanismos han sido diversos. Los grandes logros farmacéuticos han sido una panacea para muchos seres, pero a veces el analgésico de índole variable puede llegar a encubrir, en el caso del dolor físico, una morbilidad importante. Por otro lado, en el ámbito emocional, el dolor ocasionado por la manifestación de una herida de infancia acerca a los seres a opciones alternas para gestionar el desencuentro, la decepción y el desorden interior. Entonces, la evasión es el camino recurrente que emboza al dolor. Así, se generan dependencias a sustancias, personas y situaciones. Los males de nuestro tiempo, como la drogadicción, el alcoholismo, la codependencia a las relaciones destructivas, son producto de una gestión enfermiza de un dolor que no se canaliza de un modo conveniente.
En esta reflexión acerca del dolor he señalado que muchos seres tienen la perspectiva de cerrarle la puerta, sin analizar, en numerosos casos, que el dolor tiene un caudal de información sintomática para llamar la atención del adolorido. Ha sido común que un dolor gástrico sea atendido, por ejemplo, con Butilhioscina, pero qué pasa si el sujeto tiene una apendicitis que no se reconoce y que puede ser mortal. Lo mismo pasa con el angustiado, quien vive dolor existencial y supone que con una droga que lo calme podrá estar mejor. En este caso, podría sentirse así, pero la quimera del encuentro con la sustancia idónea para no sufrir es utopía. De eso mismo se envisten sociedades enteras. Es la situación de Estados Unidos, cuyos habitantes consumen la “gomita” de marihuana para dormir. ¿Tendríamos que estar anestesiados para no doblegarnos ante condiciones que parecen inmanejables?
La psicosis es una caracterización de enfermedades cuya aparición, desarrollo y culmen son tremendamente afines al dolor mental, entendido éste como aquél que se vive en el sistema nervioso atizado por la numerosa cantidad de estímulos amenazantes que aterrorizan. Del terror nace muchas veces el desesperante dolor y esto también sucede, aunque con una etiología diferente con aquellos que viven condiciones como la fibromialgia y el dolor neuropático.
Nuestra sociedad ha construido la huida hedonista para exorcizar el dolor. No pretendo señalar que la vida no puede ser gozosa y tremendamente hermosa, pero a veces reconocer la bondad de la existencia cuesta un esfuerzo importante cuando la salud decae y la travesía hacia el negativismo impera. Se cree que la lucha contra el dolor es misión. Más bien, tendríamos que mirar que el trabajo por desarrollar consiste en conectarse con el sí mismo de cada quien para identificar por qué tengo migraña, terribles cólicos menstruales, problemas estomacales, metabólicos, herpes zóster. Es en estos rubros donde tendríamos que comprender que el mayor caudal de auxilio es explicarse qué hay detrás de las morbilidades físicas y mentales.
En verdad, tocar los aspectos del dolor es un extraordinario tema, ya que nos conecta con nuestra vulnerabilidad como seres sintientes y nuestra incapacidad, incluso miedo para conocernos mejor, para comprender por qué las condiciones estresantes crónicas estallan en enfermedades dolorosas.
Al dolor se le tiene miedo, pero eso no lo evita, lo profundiza. Se ha observado que muchos seres, en particular los enfermos mentales le tienen miedo a la vida y a la muerte. Entonces, ¿qué hay detrás? ¿Qué deberíamos reinterpretar para sanar nuestro exterior e interior? ¿Por qué no afrontar los retos de la vida con una mirada positiva, mas no ingenua? ¿Cuál es el sendero de nuestra recuperación?
Vivir con duelo, una de las ventanas elementales del dolor, no nos hace peores. Incluso, las lágrimas, diría Jorge Bucay, son un camino. ¿Nos atreveríamos a allanar sus recovecos?
En este pequeño ensayo me surge la pregunta esencial: ¿Por qué has decidido, muchas veces, no adentrarte a tu dolor? Tener una respuesta nos acercará a la sabiduría y al autoconocimiento. Y, ese, ya es un logro.
Que lindo lo que compartes