Las experiencias del crecimiento

Este tiempo de luces y sombras para la humanidad ha dado lugar a la aparición de poderosas experiencias que los seres sintientes hemos vivido. La pandemia, la guerra, los desastres naturales, las políticas públicas que polarizan, la pobreza, la ignorancia y todo fenómeno dis

ruptivo, nos coloca como protagonistas de la tragedia, pero también como testigos de inusitados cambios, los que han marcado nuestros trayectos personales y comunitarios. Todo lo anterior ha tenido resultados que han vulnerado nuestro ser, vía la enfermedad emocional y el trastorno mental. Las angustias y ansiedades por el futuro se conjugan con el dolor del pasado que genera enormes depresiones. Estamos en un momento decisivo en nuestra historia de un siglo que hoy muestra las grandes lecciones que han de ser procesadas con una óptica proyectada hacia la búsqueda del bienestar en todas sus manifestaciones.

La desesperanza no es excepción, es norma. Y al respecto, ¿qué hacer? La respuesta no es fácil. Sin embargo, las etapas más ríspidas son las que óptimamente han de ser las que al alterar zonas confortables, propicien fortaleza, empoderamiento y altitud de miras para observar las oportunidades, no las fisuras. El ejercicio de esta vida que nos ha correspondido experimentar se puede encaminar a no dejar de creer que la realidad personal se co crea, que los cambios de visión son viables, así como el reencuentro con nuestros poderes interiores que requieren exaltar las pulsiones de vida. Al asumir el control de nuestras existencias de modo recio y decidido, facilitado quizás por tratamientos médicos, psicológicos o psicoeducativos, nos hemos de ubicar en un sendero de auto rescate. Esto es prioritario. El pesar es una respuesta al desafío, pero la transformación, incluso la más compleja, puede ser mirada como una situación de avance. Crecer, amar, pacificar, entender, aceptar y actuar son rutas seguras para vivir, no sobrevivir. Amplios son los aprendizajes, trabajemos en ellos.